Necesito un Dios
Esta mañana
la lluvia
dejó los colores suspendidos
Largos hilos escurren algo de piedad por los cristales
Piadosos hilos que el viento lloró tímidamente
Qué soy
en este valle
..............de humedad contenida
qué
se
desliza
en
mis
conjuros
que no sea
un deambular perpetuo
qué
pájaro
vendrá
por
mí
qué
sostendrá las sales de los mares
y sus peces
cuando tu crujir rompa la quietud de la tierra
... «El Infierno de Dios no necesita el esplendor del fuego» ... Jorge Luis Borges
marzo 26, 2007
marzo 23, 2007
marzo 18, 2007
Lucidez
Atenuar la luz
hará que los árboles despierten de la noche
Cielo arbolado y piadoso de tu insomnio de siglos
ningún alma alejará tu brazo de auxilio
ninguna boca alejará la palabra que grites
.........................en franco susurro, mirando a los ojos
Todas las luciérnagas del mundo
resplandecen
si sueñas El viaje
Roban el sueño de tus ojos
y tú
entregado
como uno más de los chispazos
que brillan hasta desaparecer
eres resplandor-incendio
letra-ceniza
verso tenebroso
que sólo tú
valiente
cantas
Cuánta luz
.........................tenue luz
hará falta
para incendiar quince luciérnagas en tu escondido tenebrario
Cuántos latidos en tu sangre cansada
sin laúd
Despierto esta mañana con tu nombre en la boca
.........................y sólo esto ofrezco
.........................poner mis pies en tu salada tierra
.........................dejar mis ojos abiertos
.........................para que cierres los tuyos
.........................y reposes
.........................cuando llegue la noche que nunca despesdiste
hará que los árboles despierten de la noche
Cielo arbolado y piadoso de tu insomnio de siglos
ningún alma alejará tu brazo de auxilio
ninguna boca alejará la palabra que grites
.........................en franco susurro, mirando a los ojos
Todas las luciérnagas del mundo
resplandecen
si sueñas El viaje
Roban el sueño de tus ojos
y tú
entregado
como uno más de los chispazos
que brillan hasta desaparecer
eres resplandor-incendio
letra-ceniza
verso tenebroso
que sólo tú
valiente
cantas
Cuánta luz
.........................tenue luz
hará falta
para incendiar quince luciérnagas en tu escondido tenebrario
Cuántos latidos en tu sangre cansada
sin laúd
Despierto esta mañana con tu nombre en la boca
.........................y sólo esto ofrezco
.........................poner mis pies en tu salada tierra
.........................dejar mis ojos abiertos
.........................para que cierres los tuyos
.........................y reposes
.........................cuando llegue la noche que nunca despesdiste
marzo 14, 2007
marzo 09, 2007
Treinta y cinco
Aún sin amanecer. Ese día había una luna que desconozco llena, creciente o qué se yo. Lo cierto es que había mucha luz en el cuarto a pesar de que eran más o menos las tres y media de la mañana. Cuando la luna es así y uno se encuentra en la cama adecuada, en el cuarto adecuado, orientado hacia la luna adecuada, lo más negro se convierte en una forma plateada o blancuzca. Los objetos de la habitación se transforman y si somos miedosos pueden aparecer algunos personajes que, si nos distraemos, son capaces de aguar muy rápido el desvelo.
Como soy miedosa en algunas circunstancias de la vida, dejé de mirar lo que se empezaba a transformar en sombras, figuras y bichos de toda clase. Me concentré en la luz. Miré todo lo que brillaba en el rostro de mi hijo. Miré su cabello y la sombra que hacía su cabello en su frente, justo donde nace su maraña, allí donde su cabello es más claro y suave. Miré sus labios, sus cejas y sus ojos cerrados. Quise saber qué soñaba, pero habría sido muy osado querer entrar en su historia en ese momento. Pensé cuántos años tendrá su espíritu, si aún de ojos cerrados y en silencio, me calma.
Miré también la cobija que siempre se quita, la puse de nuevo sobre él y pensé en la felicidad de poder compartir ese pedazo de trapo y luchar con el trapo toda la noche, porque el trapo va de un lado a otro, de mi cuerpo al suyo, y también a ninguno de los cuerpos, para quedarse en la mitad como una isla divisoria de hilos, algodón y azules. Un trapo que no dejamos dormir en el vaivén de los fríos y la madrugada.
Más tarde miré el techo. Dejó de ser oscuro a medida que pasaban los minutos y se puso menos negro, más azul, y luego más azul, más intenso, más brillante. Mirando el techo pensé si era posible retratar esa luz. ¿Qué asa salvaría el disparo? ¿sería posible? Del asunto del asa, volví mi cuerpo de nuevo hacia Simón y después de mi desvelo quedé rendida nuevamente.
Tanto mirar la noche y no dejé los ojos abiertos para esperar el día. De todos modos, creo que ese fragmento de la madrugada es el mejor para volver al sueño…
3 de marzo. En la cama. Ya es de mañana, ya no hay sombras ni monstruos y la cobija es un trapo que nos cubre a los dos, dadivosamente.
—Buenos días, mamá
—Buenos días, Simón
—¿Tienes sueño?
—Mucho
—Eso te pasa por no dormir en las noches
—Es verdad
—Feliz cumpleaños, mamita
—Gracias, mi amor…
—¿Eres feliz?
—Claro…
—Feliz cumpleaños otra vez
—Dame unos minutos, Simón. Veinte, cuarenta minutos
—Pero mamá, es tu cumpleaños
—Estoy rendida, hijo. Te suplico, sólo algunos minutos
—Mamá: es tu cumpleaños
—Ay, Simón… estos besos tuyos me encantan
—Feliz cumpleaños
—Sí, cielo… gracias…
—Yo tengo siete ¿cuántos cumples tú?
—Treinta y cinco
—¡¿Treinta y cinco?!
—Ajá… son algunos años ¿no?
—No muchos, mamá… estás en la «vida de la flor»
de «Historias mínimas de un niño despierto»
Como soy miedosa en algunas circunstancias de la vida, dejé de mirar lo que se empezaba a transformar en sombras, figuras y bichos de toda clase. Me concentré en la luz. Miré todo lo que brillaba en el rostro de mi hijo. Miré su cabello y la sombra que hacía su cabello en su frente, justo donde nace su maraña, allí donde su cabello es más claro y suave. Miré sus labios, sus cejas y sus ojos cerrados. Quise saber qué soñaba, pero habría sido muy osado querer entrar en su historia en ese momento. Pensé cuántos años tendrá su espíritu, si aún de ojos cerrados y en silencio, me calma.
Miré también la cobija que siempre se quita, la puse de nuevo sobre él y pensé en la felicidad de poder compartir ese pedazo de trapo y luchar con el trapo toda la noche, porque el trapo va de un lado a otro, de mi cuerpo al suyo, y también a ninguno de los cuerpos, para quedarse en la mitad como una isla divisoria de hilos, algodón y azules. Un trapo que no dejamos dormir en el vaivén de los fríos y la madrugada.
Más tarde miré el techo. Dejó de ser oscuro a medida que pasaban los minutos y se puso menos negro, más azul, y luego más azul, más intenso, más brillante. Mirando el techo pensé si era posible retratar esa luz. ¿Qué asa salvaría el disparo? ¿sería posible? Del asunto del asa, volví mi cuerpo de nuevo hacia Simón y después de mi desvelo quedé rendida nuevamente.
Tanto mirar la noche y no dejé los ojos abiertos para esperar el día. De todos modos, creo que ese fragmento de la madrugada es el mejor para volver al sueño…
3 de marzo. En la cama. Ya es de mañana, ya no hay sombras ni monstruos y la cobija es un trapo que nos cubre a los dos, dadivosamente.
—Buenos días, mamá
—Buenos días, Simón
—¿Tienes sueño?
—Mucho
—Eso te pasa por no dormir en las noches
—Es verdad
—Feliz cumpleaños, mamita
—Gracias, mi amor…
—¿Eres feliz?
—Claro…
—Feliz cumpleaños otra vez
—Dame unos minutos, Simón. Veinte, cuarenta minutos
—Pero mamá, es tu cumpleaños
—Estoy rendida, hijo. Te suplico, sólo algunos minutos
—Mamá: es tu cumpleaños
—Ay, Simón… estos besos tuyos me encantan
—Feliz cumpleaños
—Sí, cielo… gracias…
—Yo tengo siete ¿cuántos cumples tú?
—Treinta y cinco
—¡¿Treinta y cinco?!
—Ajá… son algunos años ¿no?
—No muchos, mamá… estás en la «vida de la flor»
de «Historias mínimas de un niño despierto»
marzo 08, 2007
Ocho de marzo (esto no es un poema)
Hoy es ocho de marzo
No nos extrañe que el cielo se vuelva tintura
o
nos sorprenda Rosaura sin su bicicleta
No temamos si se llenan de árboles las nubes
y los cielos se ponen amarillos
No nos sorprenda que el caballo del Conde Olinos
descubra dulces las aguas
y los pajáraros de todas las princesas del mundo
extienden sus alas para siempre
Hoy es ocho de marzo
a Morella Fuenmayor
No nos extrañe que el cielo se vuelva tintura
o
nos sorprenda Rosaura sin su bicicleta
No temamos si se llenan de árboles las nubes
y los cielos se ponen amarillos
No nos sorprenda que el caballo del Conde Olinos
descubra dulces las aguas
y los pajáraros de todas las princesas del mundo
extienden sus alas para siempre
Hoy es ocho de marzo
a Morella Fuenmayor
Inmóvil
Amparada la luz
este enjambre sordo transparenta la mañana
Espero
con mi ojo inmóvil
un disparo seguro
mortal
que detenga el rojo de los pájaros
y lo deje en trazas
detrás del sol y antes de la luna
No me seduce el ocaso
esa luz mortecina se desliza sola
Tímida luz que habita el letargo de la tarde
Mi ojo espera el brillo de esta luz temprana
Un chispazo corto, detenido
desnuda luces profundas en mi oscura caja
Mi caja oscura
que sólo dispara amaneceres
este enjambre sordo transparenta la mañana
Espero
con mi ojo inmóvil
un disparo seguro
mortal
que detenga el rojo de los pájaros
y lo deje en trazas
detrás del sol y antes de la luna
No me seduce el ocaso
esa luz mortecina se desliza sola
Tímida luz que habita el letargo de la tarde
Mi ojo espera el brillo de esta luz temprana
Un chispazo corto, detenido
desnuda luces profundas en mi oscura caja
Mi caja oscura
que sólo dispara amaneceres
La pregunta de las preguntas
En el carro. Por la avenida Río de Janeiro, a la altura del autolavado PDV. 3:30 pm
—Tienes que bañarte al llegar. No entiendo cómo haces para ponerte en ese estado.
—Ajá...
—Lo peor es que aún queda tarde por delante y mírate esa franela, mi amor. Parece que vinieras de la guerra.
—Ajá...
—¿Tienes mucha tarea?
—No... solamente dos. Tengo unas sumas y unos verbos que tengo que escribir y luego hacer oraciones con ellos.
—¿Son muchos verbos?
—Sí... bastantes. Pero no importa.
—¿Almorzaste bien?
—Ajá...
—No me digas más «ajá» mi amor, dime si almorzaste.
—Mamá... te tengo una pregunta.
—Dime.
—Cuando yo nací ¿a quién esperabas?
de «Historias mínimas de un niño despierto»
—Tienes que bañarte al llegar. No entiendo cómo haces para ponerte en ese estado.
—Ajá...
—Lo peor es que aún queda tarde por delante y mírate esa franela, mi amor. Parece que vinieras de la guerra.
—Ajá...
—¿Tienes mucha tarea?
—No... solamente dos. Tengo unas sumas y unos verbos que tengo que escribir y luego hacer oraciones con ellos.
—¿Son muchos verbos?
—Sí... bastantes. Pero no importa.
—¿Almorzaste bien?
—Ajá...
—No me digas más «ajá» mi amor, dime si almorzaste.
—Mamá... te tengo una pregunta.
—Dime.
—Cuando yo nací ¿a quién esperabas?
de «Historias mínimas de un niño despierto»
marzo 03, 2007
Sobre los disparos y una foto de Mauricio
Desconozco qué es más difícil... captar un instante o titularlo. En este caso siento que ambos disparos están tomados de la mano. Primero vi la imagen, me dejé en ella, fui dentro del vagón, lo recorrí, me senté. Miré a la mujer que está por salir del cuadro, pensé en sus papeles, pensé en mi oficina y en el desastre de mi escritorio. Vi su bolsita, sentí curiosidad, pensé en medicamentos. Vi su pantalón, del color que me gusta, su cartera y pensé en la insistencia que tenemos muchos de cargar todo del mismo lado: los papeles, los bolsos, la cámara, los niños, la vida... hice todo eso y no noté que ella sangra el color. Que de ella y hasta ella existe. Por eso es importante descubrir qué titula una imagen en caso de que uno desee titularla, porque puede usarse para que unos ojos como los míos descubran el otro pedazo de la historia.
Pueden ver acá, en la página de Mauricio Salazar
http://www.mauricio.com.ve/#
Pueden ver acá, en la página de Mauricio Salazar
http://www.mauricio.com.ve/#
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