noviembre 08, 2011

Ardorosa luz

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Algo roza los muros...
un alma quiere nacer
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Mañana sus ojos mirarán


Vicente Huidobro

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a Martha
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Las cosas que nos acompañan desde la mesita de noche también están solas. Han perdido su sombra y sus contornos se diluyen en quietud insoportable. Sus bordes ya no tienen la dureza del filo desde donde se mostraban en aparente silencio, lucen como agudas transparencias, breves e inefables. En la luz y en la oscuridad, el dolor es un temblor abstracto en las falanges y las esquinas más calladas. Vivimos, en efecto, vivimos. Miríadas de fortalezas huidizas nos contemplan sin aliento en las bocas. Debemos esperar acurrucados, escondidos en el calor que nos queda del primer abrazo. Sobre el pecho boca arriba, reposa un amor piadoso. El alma es una espiga altísima que no vemos partir con nuestros ojos ciegos. Debemos confiar la despedida a la mirada estatuaria de las lechuzas despiertas. Vivimos. «Arriba» o «allá» otro territorio nos define. Inexorablemente.

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