febrero 26, 2007

«Puede ser»

Esta tarde fui a Chacao por unas diligencias. Saliendo de Banesco, en la calle Élice (desde el lado sur de la avenida Francisco de Miranda) me quedo mirando El Ávila por una rendija que los edificios dejaban para hacerlo. Había una luz bellísima. Desde donde estaba parada, la mayoría de las cosas estaban en sombra por los edificios, y en el fondo estaba el cerro estallado por una luz amarilla brillante. Quise hacer una foto.

Pensé… perfecto, aquí me siento segura; puedo sacar la cámara; hay mucha gente caminando; qué luz más bella; qué cerro más bello; qué bueno que vine a Banesco… y estuve allí casi 15 minutos haciendo fotos con distintas exposiciones.

Dije casi 15 minutos porque aún asomada por la cámara, se me acercan tres hombres típicos de la seguridad caraqueña: CERO identificación, chaquetas negras de cuero, radios en las manos, tres celulares, vocabulario complejo y mirada de tombo (pero sin chapa); todos rodeándome como si fuese un sujeto de alta peligrosidad.

El líder me hablaba encima y no dijo buenas tardes. Dijo qué hace aquí. Como yo aún no sabía si me iban a asaltar, a secuestrar o a matar, reviso los rostros de los otros dos —me asusto— y contesto: hago unas fotos.

—¿De qué?
—Del cerro.
—No puede hacer fotos aquí. Deme sus papeles, su permiso.
—No le doy mis papeles porque usted no está identificado. Y no tengo permiso porque en este país no estaba prohibido tomar fotos en la calle.
Mija, pero es que no puedes hacer ninguna foto aquí ¿qué haces tú?
—Hago fotos.
—Aquí no se puede, así que te me retiras (sic).
—No me retiro, señor. Me quedo aquí y no me voy hasta que termine.
—Te dije que aquí no puedes porque ahí está el ministerio.
Ah… entiendo. Ahora entiendo ¿y qué carajo tiene que ver el ministerio, carajo, si yo estoy haciendo una foto del cerro? Esto es el colmo. Qué barbaridad. Ninguno de estos policías que está aquí, y ninguno de esos fiscales de tránsito que están allá han venido a decirme que aquí NO SE PUEDE FOTOGRAFIAR. Tampoco ha venido la gente de Banesco ni han bajado los demás de las oficinas de todos estos edificios a decirme que no es seguro para ellos que yo apunte con una cámara.
—Sus papeles.
—No me toques, carajo.
—Te vienes con nosotros a Seguridad Interna.
—Sí, claro, será a rastras porque yo con ustedes no me voy para ninguna parte. Estoy en un lugar público, en la avenida Francisco de Miranda, a plena luz del día, con esto lleno de gente y me vas a detener sin ser autoridad, por fotografiar hacia la desgraciada dirección de tu ministerio.
—No te vayas por ahí —Dijo el otro.
—¿Ah no? ¿por dónde me voy? ¿de qué se trata? ¿cuál es la vaina con el edificio ese? ¿quién carajo le está haciendo fotos a ese edificio?
—Mira, chica, te vas y te vas. No es el edificio, es que hacia allá está el edificio y por esta avenida «puede ser» que pase el ministro y tú no puedes estar aquí con una cámara.




No sigo, señores… porque lo que sigue es feo. Dije cosas feas, feas…




No escribo esto para que no salgan a hacer fotos. Ojalá ocurriera a diario, para que estos cobardes salgan de su oficina con aire acondicionado. Para que abandonen sus pantallitas minúsculas desde donde esperan día a día la razón de los temores de su LOCO. Esa, que no llega. Para enriquecerles el día, para que bajen preocupados y se sientan imprescindibles.

Como he dicho antes, a veces la burbuja no es suficiente. Tiene uno que salir y darse un carajazo en la calle para entender que el sitio se reduce apresuradamente. Que muchos andamos por allí en nuestras burbujas de salvamento, en nuestras cápsulas de vida, rodeándonos de lo que desesperadamente nos alivia o nos da algo de esperanza para decirnos no va a ser peor. Esto no se va a poner peor.

Decirlo muchas veces para creerlo y entonces tener ánimo de levantarse de la cama y pensar que es chévere y bonito que tu hijo crezca en este suelo.

Salir y mezclarse en el gentío con la única cara que tienes, la única… esa, donde otros leen: imperio, terrorista, traidor, conspirador, hijo de Mr. Danger, magnicida.

Qué poder tiene una cámara. Cómo despierta terror en los lugares poco iluminados. Cómo tiembla lo oscuro cada vez que una cámara dispara.


Laura Morales Balza
Caracas 26 de febrero de 2007

4 comentarios:

José M. Ramírez dijo...

Amiga, describes una situación que, hasta el párrafo 4 podría ser normal, una vez me pasó algo similar en Chicago: no me dí cuenta hacia donde estaba disparando la cámara. En esa ocasión los hombres de negro me explicaron cortesmente.

En Diciembre salimos de viaje y se me ocurrió, mientras Filo llenaba el kilométrico formulario de salida, tomar unas fotos al nuevo piso de Maiquetía (un reflejo singular). Al rato pasó una guardía armada y me dijo, en tono hasta cariñoso, que no podía tomar fotos allí.

Uno puede entender esas cosas de la seguridad, sabemos que son imbéciles e ineficaces, pero digamos que están en las reglas del juego.

Lo que está en el fondo de tu relato es, a mi juicio, algo peor: los hombres de negro que tenemos aquí no sólo tienen el nivel de agresividad y falta de educación esperables, sino que, por estar radicalizados no ven "sospechosos" sino "enemigos".

Esto no le pasa sólo a los hombre de negro. Qué tristeza.

Lena yau dijo...

ostras!
Me he quedado patidifusa con este cuento...y digo patidifusa porque indignación, rabia e impotencia se me quedaron chiquitas...

cariños

Maria D. Torres dijo...

Cuánta razón tienes en eso de que andamos en nuestras burbujas creyendo que esto no se va a poner peor!
y nuestros hijos.... y el dilema de acobijarlos o sacarlos del país....
Pasé de visita por Isabel G. que me mandó tu dirección hoy, pero luego me di cuenta de que ya había leído a la mamá de Simón en los Chang.
Me gusta, regresaré--- si podemos seguir navegando en este espacio!
Saludos,
Maria D.

Fernando dijo...

Que indignacion. Me puse en esa situacion porque tambien me gusta tomar fotos. Si a mi me pasara en un sitio publico y tratan de llevarme a la fuerza me caigo al suelo como si algo me diera. Eso atrae la atencion de la gente y seguro que esos "y que" funcionarios de este gobierno cobarde se irian como los cobardes que son