marzo 09, 2007

Treinta y cinco

Aún sin amanecer. Ese día había una luna que desconozco llena, creciente o qué se yo. Lo cierto es que había mucha luz en el cuarto a pesar de que eran más o menos las tres y media de la mañana. Cuando la luna es así y uno se encuentra en la cama adecuada, en el cuarto adecuado, orientado hacia la luna adecuada, lo más negro se convierte en una forma plateada o blancuzca. Los objetos de la habitación se transforman y si somos miedosos pueden aparecer algunos personajes que, si nos distraemos, son capaces de aguar muy rápido el desvelo.

Como soy miedosa en algunas circunstancias de la vida, dejé de mirar lo que se empezaba a transformar en sombras, figuras y bichos de toda clase. Me concentré en la luz. Miré todo lo que brillaba en el rostro de mi hijo. Miré su cabello y la sombra que hacía su cabello en su frente, justo donde nace su maraña, allí donde su cabello es más claro y suave. Miré sus labios, sus cejas y sus ojos cerrados. Quise saber qué soñaba, pero habría sido muy osado querer entrar en su historia en ese momento. Pensé cuántos años tendrá su espíritu, si aún de ojos cerrados y en silencio, me calma.

Miré también la cobija que siempre se quita, la puse de nuevo sobre él y pensé en la felicidad de poder compartir ese pedazo de trapo y luchar con el trapo toda la noche, porque el trapo va de un lado a otro, de mi cuerpo al suyo, y también a ninguno de los cuerpos, para quedarse en la mitad como una isla divisoria de hilos, algodón y azules. Un trapo que no dejamos dormir en el vaivén de los fríos y la madrugada.

Más tarde miré el techo. Dejó de ser oscuro a medida que pasaban los minutos y se puso menos negro, más azul, y luego más azul, más intenso, más brillante. Mirando el techo pensé si era posible retratar esa luz. ¿Qué asa salvaría el disparo? ¿sería posible? Del asunto del asa, volví mi cuerpo de nuevo hacia Simón y después de mi desvelo quedé rendida nuevamente.

Tanto mirar la noche y no dejé los ojos abiertos para esperar el día. De todos modos, creo que ese fragmento de la madrugada es el mejor para volver al sueño…

3 de marzo. En la cama. Ya es de mañana, ya no hay sombras ni monstruos y la cobija es un trapo que nos cubre a los dos, dadivosamente.

—Buenos días, mamá
—Buenos días, Simón
—¿Tienes sueño?
—Mucho
—Eso te pasa por no dormir en las noches
—Es verdad
—Feliz cumpleaños, mamita
—Gracias, mi amor…
—¿Eres feliz?
—Claro…
—Feliz cumpleaños otra vez
—Dame unos minutos, Simón. Veinte, cuarenta minutos
—Pero mamá, es tu cumpleaños
—Estoy rendida, hijo. Te suplico, sólo algunos minutos
—Mamá: es tu cumpleaños
—Ay, Simón… estos besos tuyos me encantan
—Feliz cumpleaños
—Sí, cielo… gracias…
—Yo tengo siete ¿cuántos cumples tú?
—Treinta y cinco
—¡¿Treinta y cinco?!
—Ajá… son algunos años ¿no?
—No muchos, mamá… estás en la «vida de la flor»








de «Historias mínimas de un niño despierto»

3 comentarios:

Jose Urriola dijo...

Siempre me entero tarde, o no me entero nunca. Pero bueno, es mi naturaleza: feliz cumpleaños -aunque sea con un delay de 10 días, con semana y media de retardo-. El cariño es el mismo.

Abrazo,

JU

Laura Morales Balza dijo...

Gracias, José. Un abrazo.

Lety Ricardez dijo...

Yo también, perdón por el retraso, pero siempre es buen tiempo para un abrazo y siempre regreso con sed a estas enormes historias de un niño despierto,

Me fascina Simón, tú y sus historias