noviembre 20, 2007

Conmoción

Chéjov me conmueve. Hace poco dejé la última página de Cuentos imprescindibles, fue un viaje feliz. Lleno de sorpresas. Un libro difícil de cerrar. Disfruté mucho la aparente simpleza en los enfoques de sus personajes. Luché con sus nombres complicados para mi oído, yo que necesito insistentemente verbalizar mis lecturas. Me acostumbré a encontrar pequeños detalles humanos en los momentos que yo esperaba grandes emociones o inmensas hazañas. Precisamente allí estaba la sorpresa mayor, el disfrute pleno, en el manejo de esas situaciones hacia finales imposibles, donde no nos es permitido cruzar el umbral detrás de ellos para irnos con sus vidas y sus quehaceres. Delineados perfectamente, posibles para la humanidad, reales. Y lo que he encontrado más importante por lo menos, en este momento, es lo esperanzados que pueden ser a pesar de su acritud —en algunos casos— y su «cosa» desprovista —en casi todos—.

Richard Ford lo describe de esta manera:
«En Chéjov, no hay actitudes suscintas o previsibles respecto a nada: las mujeres, los niños, los perros, los gatos, el clero, los maestros, los campesinos, los militares, los hombres de negocios, los funcionarios, el matrimonio, o la propia Rusia. Y si algo puede calificarse de 'típico', es su insistencia en que permanezcamos muy atentos a los matices de la vida, sus gestos íntimos y sus más nimias connotaciones morales».

Lo más fresco en este momento para mí es Kashtanka. También me dejé ir hasta aquella carpa y aunque de nuevo, me sorprendió el final, vi en Luká, lo posible del regreso. Con qué ligereza, con cuánta liviandad...

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