noviembre 08, 2007

Cuervos sobre el trigal

Una manta roja calienta sus pies después de haber llegado de mirar el paisaje. El color no calma su miedo. Rodeado de paredes azules —pocas veces tibias— es difícil huir de los tonos amargos de la infancia. Más adentro, más adentro. Más cubierto. Hasta los ojos. Al extremo de soñar debajo de la espesura del tejido, que su cuarto es una bóveda celeste. El cielo es siempre un buen final para los caminos largos.

Algunas mañanas imaginaba a su hermano sentado en una de las sillas de su habitación. Conversaban, ausentes, sobre las mismas inquietudes. Eran, una y otra vez, las mismas preguntas sin respuestas.

Sin saber si la noche había llegado, aún debajo de la manta, intentaba dormir a pesar del brillo de algunos colores en sus sueños. Largos, amarillos y despeinados girasoles se estremecían con el viento hasta despertarlo. Su corazón se aceleraba, y tras muchos y sonoros latidos amarillos, despertaba temblando. Sintiendo aún el vuelo del último pétalo al salir del paisaje.

Sí. Algunas veces dudaba si el paisaje terminaba afuera, en el pasto; o adentro, en el alma.

Ya de pie, pincel en mano, sintió urgente la necesidad de atrapar esos pétalos en algún espacio reducido que pudiera acercar al corazón. Lo intentó con tres, cinco, seis amarillos diferentes. Sorprendido, al terminar, miró por varios minutos la tela aún mojada: no es posible —pensó. Tanto amarillo y aún siento esta tristeza.


Una mañana al escapar del calor de su manta, salió descalzo a recorrer el paisaje. Ofreció los pies desnudos a la tierra, se dispuso adivinar las direcciones que tomarían las espigas del trigo cuando el viento llegara. Nada estaba de más en ese paisaje. Sólo un cielo inusual. Un azul desacostumbrado y recién nacido.

Se arrodilló hasta que sus ojos quedaron a la altura del trigo, y por varios minutos, lo miró mecerse en direcciones que aparecían sin fin. Irrepetibles. Dibujando remolinos en el aire.

Más azul, más azul, y de repente un pájaro. Brillante, enorme. Negro. Mirándole los ojos. Señalándole con su pico negro y fuerte. Luego otro pájaro, y otro, y otro. Menos azul, menos azul, menos azul. De pronto un cielo oscurecido por pájaros de alas grandes. Tantos, miles, que fue imposible el día y llegó la noche. Una noche larga, infinita, de la que nunca despertó.





a Gabriella Di Stefano
por todos sus colores

1 comentario:

gabriella di stefano dijo...

Gracias, gracias por este y todo su color