noviembre 13, 2007

Un día a la vez

Bastó que la lluvia alcanzara su paso apurado hasta la entrada. Algunas veces, la falta de luz provoca la urgencia necesaria cuando son cortos los minutos y parece que no son suficientes las horas para lograr el día. Empapado, dejó los papeles sobre el estante metálico, a tientas, seguro de tener reunido todo lo necesario.

Allí adentro también es de noche. Las luces apagadas le hicieron saber que ella ya se había ido.

Sentado, sin haberse deshecho de la ropa mojada, dejó aparecer su cansancio en el sofá de siempre.

Cerró los ojos. La única molestia era el ruido de la calle: el tránsito estático, los niños que ven en la lluvia un lugar para quedarse, los pasos de algunas personas que cierran una puerta a sus espaldas y se van. No abrió los ojos. Se quedó hundido en él y en la humedad de su ropa hasta que el sonido de ese carro desapareció en la lluvia; sin despedidas, sin palabras. La ciudad enorme y mojada, toda en su ropa. Sus ojos cerrados y el mínimo espacio que habita. Sin despedidas.

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