febrero 08, 2008

Animales en extinción

En Caracas, los eventos más importantes ocurren en el carro. Basta vivir un poco lejos de las cosas cotidianas, para que las conversaciones o los cansancios más significativos aparezcan nítidos dentro de esa máquina con ventanas para mirar todo el afuera donde no estás, donde no eres, donde no vives. A veces me pregunto si es esa la razón de tanta desidia hacia estas calles. A lo mejor esta ciudad luce malquerida porque nadie termina de apropiarse de ella. Ni quienes nos sentimos extranjeros en ella, ni quienes llegaron a ella y a la vida en el mismo aliento. Cuidamos y nos apropiamos de lo querido, de eso que acondicionamos para nosotros, para hacerlo vivible.

Dentro de esa caja con ventanas estaba Simón con una expresión extraña. Qué diferente a mi infancia —pensé. Tal vez es el peso del morral por las actividades de hoy o la noche no fue buen descanso para ninguno de los dos, o ya no hay más energía hacia el final de la semana.

—¿Te sientes bien?
—Sí. —Contestó mirando hacia afuera. Sin ahondar como lo hace siempre, sin detalles. Unitario.
—Pero tienes una carita... y esos ojos.
—No, no tengo nada.
—Sí tienes.
—Hoy tuvimos la clase de animales en extinción.
—¿Te fue bien? No tuviste problema con la tarea, todo lo que vi estaba resuelto.
—No es eso, mamá. Es que pasan cosas horribles.
—¿Sí? A lo mejor son horribles, pero algunas necesarias para que las especies sobrevivan. No estoy segura pero he leído que la supervivencia de algunas especies depende de la muerte de otras.
—No, mamá... eso no fue lo que dijo la maestra.
—Ah, bueno, explícame porque tu maestra siempre tiene la razón...
—Bueno, sí... hay unas especies que hacen lo que tú dices. Pero hay otras que no, y hoy supe una cosa terrible.
—Ajá...
—¿Conoces al oso panda?
—Sí...
—Tiene una esposa que es una osa panda, pero ella no es muy buena.
—¿Y eso?
—Si tiene dos hijos, cuando nacen, ella rechaza a uno... ¿lo sabías?
(...)
—Ay, no lo sabía.
—Pues para que lo sepas... sólo acepta a uno de los dos hijos que tiene. Imagínate, es una especie en extinción y apenas nacen los hijos la propia mamá aparta a uno de ellos, qué cosa tan horrible.
—Ay, Simón... lo es... pero estoy segura que la naturaleza tiene previsiones sobre eso. Debe tener alguna razón natural, no la sé, pero debe existir.


Avanzamos un poco más en el tráfico, y después de unos largos minutos, insiste de nuevo:
—Me parece que esté bien que estén en extinción, porque si no hay tantas osas panda, no habrá tantos hijos panda abandonados. Además ¿cómo dormirán si la mamá los aparta? ¿qué comen?
—Algo debe ocurrir después de ese rechazo, mi amor. No creo que se queden solitos así nada más. ¿No te hablaron de ningún otro animal? ¿la ballena? ¿la pereza?
—Sí... que pesan 60 toneladas, que pueden medir 15 m de largo. Pero esas que yo sepa no dejan a los hijos.
—Algo pasará, Simón... algo debe estar previsto para ellos. No deben estar abandonados así nada más.
—Eso espero, mamá. Que pase algo. Que los quiera el papá o por lo menos, aunque sea, que los lleven a un orfanato de pandas.




de «Historias mínimas de un niño despierto»

1 comentario:

César dijo...

Está grande el pequeño ¿no?

¡Qué jamás pierda esa agudeza y esa frescura! ¡Qué no se deje por el tráfico, por las maestras ni por la vida!

Va un abrazo