diciembre 01, 2006

Los ojos de Miguel

Fotografía: Laura Morales Balza


Diciembre 1, 2006
9:30 am

Centro Ciudad Comercial Tamanaco. Nivel PB. Buscábamos un juego de Air Force Combat. Simón estaba con sus zapatos que ruedan.




—Mamá, mira, allí está un niño que tiene unos zapatos con ruedas como los míos ¿le puedo pedir que me enseñe?
—Simón, me da pena. No creo… no lo conocemos.
—Mamá, por favor ¿qué importa? Le pregunto el nombre para conocerlo y le digo que si me puede enseñar a patinar con estos zapatos.
—Simón, no me parece. Además, estamos en un centro comercial. Tal vez nos llamen la atención.
—Pero mamá, por favor… si nos llaman la atención no lo hacemos más. Por favor, te lo ruego, no he podido aprender solo a usar estos zapatos y tú no sabes patinar.
—Está bien. Ve…

—Hola.
—Hola.
—Yo me llamo Simón ¿Cómo te llamas?.
—Miguel.
—¡Mamá! Se llama Miguel ¡ya lo conozco! ¿ves?
—Sí, veo.
—Miguel ¿me puedes enseñar a usar estos zapatos-patines?
—Sí, claro, pero ¿has probado algo o no sabes nada?
—No sé nada, lo intento y me caigo.
—No importa, yo también me caí varias veces ¡Venga, señora! para que lo agarre por aquí, mire, le pone esta mano aquí y la otra aquí —señalando los hombros de Simón.
—Mira, chamo, tienes que impulsarte con esta parte del zapato. Con esta otra frenas y no puedes tener los dos pies juntos porque te vas a echar una matada ¿eres derecho o zurdo?
—Derecho.
—Ah, entonces tienes que poner los brazos así para que hagas equilibrio y no te caigas.
—Miren, mejor paramos esto aquí. No es el lugar adecuado, hay mucha gente y además tu mamá o tu papá te deben estar esperando.
—No, señora, mi mamá está trabajando y mi papá se murió de un paro cardíaco.
—Lo siento mucho.
—Yo también —dijo Simón, mirándome con los ojos enormes—. Y ¿por qué se murió, si tú eres un niño?
—Porque fumaba mucho.
—Mamá, no vayas a fumar nunca, por favor.
—Tranquilo, Simón.
—Mira, chamo, vamos a darle porque después llega más gente y no tenemos espacio. Hoy aprendes porque sí.

Juntos se movían por todos lados. Simón se cayó varias veces y Miguel lo levantaba rápido y le decía todas las veces que él se había caído. Le insistía en mantener un pie adelante y el otro atrás, y le recordaba siempre cómo frenar con la parte delantera del zapato. Así estuvieron cerca de cuarenta minutos. Simón se acercó con la cara roja, los ojos felices, y la voz más despierta.

—¡Mamá! ¿Podemos decirle a Miguel que se tome un jugo con nosotros?
—Claro, Miguel ¿quieres algo de tomar?
—Sí, un jugo de naranja.
Nos sentamos los tres en una mesa diminuta que está cerca de la entrada del cine del centro comercial.
—¿Cuántos años tienes, Miguel?
—Once.
—Yo tengo solamente siete. Los cumplí el 23.
—Imagínate, Simón, yo cumplí once el 28. Mi mamá me regaló estos zapatos el día de mi cumpleaños por eso quise venirme hoy con ella para acá para poder patinar ¿ustedes viven muy lejos de aquí?
—Lejísimos, Miguel —dijo Simón con un «lejísimos» muy largo, del tamaño de la cola de las mañanas—. Nos tardamos una eternidad en llegar a mi colegio.
—Yo vivo en Santa Teresa del Tuy, pero hoy no tuve clases por lo de las elecciones este domingo. Tengo una hermanita que tiene ocho años, pero patina mejor que yo. Señora… este jugo no lo colaron.
—Ah, mi amor, pero no creo que lo vayan a colar, eso que sientes es la pulpa de la naranja que no se queda en el exprimidor.
—Tómatelo, Miguel, porque eso es bueno para la salud.
—Simón, si él no quiere, no se lo toma.
—Ah ¿sí? Pero cuando yo no quiero comer, tengo que comer igualito.
—Mira, Miguel… nosotros nos vamos en un ratito. Te agradezco mucho la mañana que nos has regalado y toda tu ayuda para ayudar a mi hijo a aprender con estos zapatos tan complicados.
—No, si la pasé buenísimo.
—Sí quería decirte que por favor tengas cuidado. Aquí hay mucha gente todo el día. No te alejes mucho del trabajo de tu mamá y ten mucho cuidado por favor.
—Sí, no se preocupe. Por cierto, usted se parece a la que era novia de mi papá. Tiene los ojos igualitos ¿cómo se llama usted?
—Me llamo Laura.
—Ah, no, ella se llamaba Iris.
—Mamá ¿me puedes tomar una foto con mi amigo Miguel?
—Puedo, sí ¿te importa, Miguel?
—No, finísimo.
—Vamos a ponernos allí, siéntense los dos que me da miedo que se caigan con esos zapatos.
—¿Así?
—Así está bien.
—¿Y cómo me darán la foto?
—Nos podemos ver aquí el lunes o martes que tampoco hay clases y Simón y yo te la traemos.
—¿Y si le doy el celular de mi mamá? Ella trabaja en el hotel. Le puedo decir para que busque la foto.
—Perfecto, me lo das cuando terminemos. Nos ponemos de acuerdo.
—Sonríe, Miguel, que mi mamá no avisa cuando dispara.
—¿Listos?
—¡Sí!.
—Voy.

Click.



(…)



Nos despedimos después de conversar un poco más. Los ojos de Miguel eran para mirarlos mucho rato. Me fui del lugar con Simón tomado de la mano, con sensaciones encontradas.

Por un lado la conmoción —buena conmoción— de ver tanta ternura concentrada en un niño. Sorpresa y alegría de ver su desenvolvimiento en semejante contexto, donde puede estar expuesto a tantas cosas. Su facilidad de expresión, su capacidad de dar.

Por otro lado un temor terrible. Una pena honda, de saberlo solo por esos pasillos. Me daban ganas de abrazarlo y llevarlo con su mamá y pedirle que no se moviera de allí.

En la escalera mecánica, con las imágenes movidas; las nuestras, las de las personas que pasaban cerca. Los espejos, los colores, el ruido, los vigilantes, la velocidad, los comentarios a medias que se pierden hasta ser inaudibles… me quedé mirando a Simón y solté su mano a poco a poco. Así. Con el pecho dividido y la respiración cortada. Dividida como estaba entre el abrazo y el espacio que será necesario para sus propios pasos y decisiones. Poco a poco, hasta no sentir sus dedos en mi mano.

—¡Qué bueno que vinimos! ¿verdad, mamá?
—Sí... hijo... fue bueno.







de «Historias mínimas de un niño despierto»

5 comentarios:

lalita dijo...

Ese Simón… ayer fue Daniel, aunque yo escuché Miguel. Pero bueno, hoy apareció Miguel, y apareció con patines; muy atinado, el muchacho. Cuando ayer en la noche le dije que no se fuera lejos, que no conocíamos al señor en cuestión, me dijo: ya vengo. Y escuché como le decía:

—Mi tata dice que no sabemos quién eres. ¿Quién eres tú?

Y eso bastó para que la noche del ensayo corriera entre el Coventry carol y la asomadita a la puerta del salón para verificar que el muchacho estuviera por allí, con su nuevo amigo, Miguel, que le enseñaba cómo arrancar la patineta.

Laura Morales Balza dijo...

Sí, por eso me conmovió tanto hoy, ver cómo al preguntar el nombre, estaba todo resuelto para él. Ojalá las cosas se mantengan por mucho tiempo, así de simples y esenciales.

Lena yau dijo...

maravillada ¿preparas un libro de cuentos?

Laura Morales Balza dijo...

Hola, no... no lo estoy preparando. Hasta ahora estoy registrando las experiencias que me conmueven de la cotidianidad de mi hijo. Ocurren cosas inesperadas que no quisiera olvidar, quiero preservarlas en el tiempo. Creo que en el futuro, será una buena manera de recorrer su infancia. Saludos, gracias.

Lety Ricardez dijo...

Una hermosa historia de amor, de generosidad, la de Miguel, y también la tuya, por empezar a soltar amarras, por saber que el día llegará...