enero 18, 2007

Quiero tus ojos

En la Universidad Simón Bolívar. El cielo, como estos días, oscuro. Algo de frío y mucha humedad. Hacia el atardecer.

—¿Aquí?
—No sé, mamá… tiene que ser un lugar plano.
—Oye, pero tampoco somos diez jugadores. Sólo estaremos un momento y yo no podré patear esa pelota más lejos de ese árbol.
—Mejor lo dejamos así y yo juego con mis amigos en el colegio. Quería practicar pero esto está todo mojado y tú eres mujer y tienes que aprender a darle a la pelota. Además, las mamás de mis amigos nunca dicen que quieren jugar futbolito. Mi papá era futbolista cuando era joven, tú no.
Jajaja, Simón… como quieras. Puede ser divertido precisamente con toda esta humedad.

—¿A qué huele?
Concéntrate
Mami, no sé. Dime tú ¿a qué huele?
—Hijo, estoy como tú, intentando reconocer.
—Adivina tú entonces.
—A ver… no. No doy con ese aroma.
—¡Dame una pista, mamá!
—Creo que viene de los árboles.
Noooooo, mamá… yo creo que viene del agua.
—¿Tú crees? ¿es un olor dulce o salado?
—Salado.
—Entonces no viene del agua.

—Este lugar no está como siempre.
—Claro, mi amor, ha llovido, todo está gris, mojado. Pero es igualmente bello. Me encanta la luz de hoy y no sé si te has dado cuenta pero todo parece estar más nítido.
—¿Qué es nítido?
—Que se ve más claro. Como con más detalle. Más puro.
—Estoy aburrido.
—No puede ser. Hay muchas cosas para ver aquí. Mira hacia arriba.
—Estoy muy aburrido.
—Mi amor… un poco nada más. Mira para arriba.

—Vámonos, mamá. Este bosque ya se puso azul.





de «Historias mínimas de un niño despierto»

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