enero 05, 2008

Ejército invisible

Haría largas nubes verticales. Me bajaría de la propia, para verla desde lejos y pensar que es suficiente con mirarla. Nubes estiradas, contraídas. Que me confundan. Alargadas nubes que simulen la neblina que necesito. Si fumara, estaría de pie en la ventana fuera de la silla que habito estas horas, dibujando nubes largas en la noche. Sería el ejercicio necesario para respirar sin sentir que tengo un respiro menos. Estaría en la ventana para quejarme con la noche y hacerla la más importante de las más recientes. Tomaría mi cigarro con seguridad a pesar de la pestilencia y el ardor de su círculo en mi boca e inhalaría con venganza frenética. Me puedo imaginar, de pie, de humo blanco dibujada sin estar rodeada de frailejones húmedos e indoloros. No hay mar, eso facilita las cosas porque mi nube gusta de corrientes de aire montañosas. Si no miro el mar, es más sencillo exhalar el aire contaminado y sucio de mis pulmones limpios, que no de las arterias que salen de mi corazón. Es mejor de ese modo, más cómodo para mi nube andina y obstinada. De pie, la miro alejarse desde la ventana donde fumo con seguridad casi visible, a no ser porque las luces apagadas me confunden con el cuadro de mi ventana abierta. Parte de la decoración, dijeron alguna vez, esta vez, del paisaje nocturno que insisto, no es marino. Nada se parece a este círculo encendido que apunta al vacío con su luz débil. Si fumara, me preocuparían los dibujitos que la ceniza pueda dejar al caer en el antepecho de mi ventana. Me quedaría mucho rato mirando qué dibujos me regala la ceniza azarosa. No podría evitar intervenir con mis dedos para hacer algunas cuencas en esos pequeños volcanes sin llama. El azar me mortifica. Inhalaría profundamente, con los ojos cerrados, al mismo tiempo que estrangulo ese pequeño sol circular entre mis dedos. Si fumara, sería capaz de masticar un poco para dejar allí la contención que me rebasa. Recogería mi cabello preocupada por el olor que pueda alojarse entre sus hebras. Mi nube gusta de corrientes montañosas, allí es seguro despejarme la frente y con eso el pensamiento y la esperanza. Si fumara sería posible llenar el cielo oscuro de nubes blancas, de oriente y occidente. No importa cuán largas y estrechas luzcan, como los sueños desvanecidos que cuesta conciliar. Pero es de noche y las nubes son escasas. Del otro lado esperan otras horas por mil cigarros encendidos. Si fumara estaría absorta mirando lo único que brilla delante de mi boca. Pequeño círculo solar que enciende mis ganas de vigilia. Con tanta humareda haría un muro gigante. Que digo un muro, un país entero. Países. Unos encima de los otros, para que no mires en mi mundo. Mi cigarro te espanta con sus luces naranja y gris muerto. De pie estoy, en esta ventana que vigilo. De pie, como los árboles —también dijeron muchas veces. Mirando mi nube, fuera de mí. Lejos.

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