octubre 19, 2009

La oración que ahora canto

De Ingeborg Bachmann
en mis manos, gracias a José Ramírez


No salgas de nuestra boca,
palabra que siembra el dragón.
Es cierto, el aire es sofocante,
agria y fermentada espumea la luz
y sobre la ciénaga cuelga negro el crespón de mosquitos.

A la cicuta le gusta ir de copas.
Yace extendida una piel de gato,
la serpiente bufa encima,
el escorpión llega bailando.

No llegues a nuestros oídos,
rumor de otras culpas,
muérete, palabra, en la ciénaga
de la que brota el estanque.

Palabra, sé para nosotros
de dulce paciencia
e impaciencia. ¡Esta siembra
ha de tener un final!

Quien imite el sonido del animal, no lo vencerá.
Quien descubra los secretos de su lecho, se privará de todo amor.
La palabra bastarda sirve al chiste para sacrificar un necio.

¿Quién te pide un juicio sobre este desconocido?
Y si lo emites, sin que se te pida, sigue de noche en noche
caminando con sus úlceras en los pies, ¡vete! y no vuelvas.

Palabra, sé nuestra,
de espíritu libre, clara y hermosa.
Ciertamente debe tener un final,
tomar precauciones.

(El cangrejo se retira,
el topo duerme demasiado,
el agua blanda disuelve
la cal que hiló las piedras.)

Ven, gracia de sonido y aliento,
fortalece esta boca,
cuando su debilidad
nos espante y suspenda.

Ven y no te niegues,
ahora que con tantos males peleamos.
Antes de que la sangre del dragón proteja al adversario,
caerá esta mano al fuego.
¡Palabra mía, sálvame!

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