noviembre 02, 2006

Desayuno simbólico

Esta mañana mi rutina no fue la de todos los días. Después de una larga espera en el tráfico, desvié el camino para intentar acortar lo que faltaba por recorrer. No pude desayunar en el lugar de siempre y el lugar escogido tuvo una sorpresa: estaba repleto de palomas.

( ... )

No puedo con ellas. No puedo con su olor. Con sus ojos insoportablemente circulares y opacos. No puedo con su atrevimiento, su aleteo, sus pelusas. No puedo con sus patas rojas. Esas patas terribles, brillantes, que me paralizan por completo. Además, las palomas de hoy no eran como las palomas que siempre me han asustado.

Me senté en la mesa que pensé más distante de ellas. A esa hora de la mañana había pocas personas en el lugar. Un señor de barba, que estaba allí, con su mirada y espíritu en un lugar muy distante; de brazos cruzados, camisa clara con rayas muy finas, del mismo color de las patas de las palomas. Él estaba allí sentado sin café ni pan. Sentado, simplemente, en la mesita circular, con sus brazos muy cruzados.

En otra mesa había una mujer de cabello negro, recogido. Ella sí se veía cómoda en la mesita, con su café, su comida, sus piernas cruzadas. Su periódico.

Me senté en una mesa que estaba cerca de otras tres mesas vacías. Intenté comer. Pensaba para mis adentros no puede ser, soy una persona adulta, tengo que superar esto. Este olor no puede ser tan desagradable. Mira a esa mujer, como toma su café, ni siquiera mira a las palomas.

Además del olor, el sonido —terrible sonido— de esas aves moviéndose como locas tan cerca de mí. No podía siquiera tomar el vaso con café. Me daba terror que una de ellas se acercara demasiado. Así que me quedé sentada a ver si un milagro ocurría y se iban. Pensando cómo es posible que a semejante animal lo hayan hecho símbolo de la paz con semejante desajuste que me causan. Ese animalito, con sus patas rojas como plastificadas, que seguramente son frías porque no puede ser de otra manera. Cómo puede ser bello un animalito así, para que aparezca en todas partes tan blanco e impoluto con la palabra «paz» atada a sus plumas.

Con mi café ya frío, terminó mi historia. Un señor alto, con lentes grandes, se sentó en una de las mesas desocupadas. Sacó su periódico, y empezó a leer mientras lanzaba pedacitos de su desayuno cerca de su mesa —también de mi mesa. Eso fue como detonar el inicio de un ejército de palomas poseídas por algún espíritu que volaban unas encima de las otras, desesperadas; debajo y encima de las mesas. No pude contener las lágrimas. Era demasiado para mí haber salido de una cola infernal para verme en un infierno aún peor.

Respiré profundo para armarme de valor y poder ponerme de pie en medio de aquel desbarajuste de palomas volando por todas partes. Una de ellas se agarró sobre el espaldar de una de las sillas vacías de la mesa y se posó allí a verme con sus ojos huecos. Para señalarme con su pico horrible. Su pico tan largo.

Fue suficiente para que yo lograra levantarme y caminar hacia mi carro. Sin café, sin pan, sin paz alguna. Llena de espanto.





El lugar: Caracas. Una panadería cuyo nombre no recuerdo, en Cumbres de Curumo.

2 comentarios:

doifel dijo...

Querida Laura, te propongo una experiencia especial, la próxima vez les tirarás trocitos de pan y verás como su apariencia espantosa se va deshaciendo poco a poco. Puedes incluso tirarle los trocitos apuntando su cabeza y no lo notarán, ahí entenderás porque son el símbolo de la paz! (nada mejor que deshacer las pesadillas con un poco de humor)

Laura Morales Balza dijo...

Querido amigo, lo voy a intentar... aunque no aseguro nada. El miedo que me producen es tremendo. Pero ten la seguridad que lo intentaré como sea. Es mejor tratar de deshacer la pesadilla como sugieres, que dejar otro desayuno sin tocar por la presencia de las palomitas.

Un abrazo.