noviembre 17, 2009

Decir

Tomar un trozo de papel y rayarlo requiere silencio ceremonial. No es posible escuchar al corazón si la boca hace ruidos pegajosos. La boca, con razones de peso, no sabe de mundos grávidos y etéreas intenciones. 

No está en la boca lo soñado.




Gestos

Esta mañana asaltaron a una señora en el tráfico de la autopista. Desde el carro, la vi pasar su bolso al motorizado armado que le tocó la ventana. Era el tercer carro después del nuestro. 

Como el flujo de carros en esta ciudad parece enfermo, colapsa en arterias rotas, se detiene, avanza, su carro quedó al lado nuestro y la vi llorar nerviosa. Le hice señas de calma —si es posible invitar a la calma haciendo señas— y le decía desde la pecera de mi carro que se calmara, que ya había pasado. Ella se acomodó los lentes y se limpió las lágrimas y las manos le temblaron en la parte de arriba del volante cuando dejó de secar sus ojos. Me devolvió señas que no comprendí y seguí haciendo las mías en una conversación sorda a través de las ventanas. 

Mi hijo dormía, así que afortunadamente no me acompaña en este intento de inventario:

¿Documentos de identidad?
¿Dinero?
¿Tarjetas bancarias?
¿Fotografías de nietos y seres queridos?
¿Labial claro?
¿Un estuche de lentes vacío?
¿Crema para las manos?
¿Dos servillletas?
¿Lapicero?
¿Dos facturas de tintorería?
¿Espejito?
¿Estampitas con oraciones y santos ilustrados?
¿Un papelito pequeño doblado en cuatro con las cosas que hacen falta en la nevera?
¿Un récipe médico?
¿Miedo?

¿Fe?






Caracas, 17 de noviembre de 2009

Horizonte

La ventana que rompió el paisaje en la pared, espera en el límite de su enmarcado territorio que el horizonte defina el rigor de las luces. Arrojo sombras y centellas, mi mano es un pájaro en el vidrio, a veces confundido con el tronco del árbol que se deja mirar para que yo crezca en sus ramas. No elijo atajos. Concentro mis ojos en la placidez de esa línea resignada.