noviembre 26, 2007

Esta mañana un pájaro

Esta mañana Caracas despertó con lluvia. Un día para confundirse con los grises muertos de felicidad. Para buscar otras dichas debajo de las gotas. Sé —me consta— que otros se alegran como yo cuando las nubes aparecen enormes y oscuras, y la montaña pierde su filo porque la niebla la protege. Una montaña incompleta, posible sólo para ser dibujada por nuestros sentidos, porque no la vemos.

Lo único triste es que los pájaros se esconden. No están en los postes para quedarnos mirando cómo se acomodan en los ramales metálicos de luz. No están sus hileras negras aferradas a la curva del metal. Tal vez desde allí nos despiden todos los días. Uno al lado del otro en las altas copas de los postes. Mirarán el flujo continuo de los carros con preguntas que ningún santo responde. Estoy atenta a sus ojos, a veces hago señas desde abajo, con miedo de parecer una mujer con pretensiones de pájaro. Si alguien me descubre uso mis dedos como jaula, pero insisto, insisto en ellos desde mi asfalto repleto de hojas secas.

Hoy la ausencia de pájaros es atroz. No tiene sentido mirar hacia arriba para encontrar nubes y silencio. Lejos, una mancha negra de uno de ellos me hizo abrir la ventana. Pequeñas gotas me impedían mantener los ojos abiertos, agujas heladas me hacían parpadear como si fuese necesario temerle al mundo. Ojalá pudiera olerle, pero era imposible volar desde mi carro y subir hasta su rama industrial, ponerme a su lado y saludarle como si recién llegara de un averío vecino de algún bosque cercano. Allí estaba, vuelto un solo temblor, y yo soñando empaparme a su lado. Deletrearle lo difícil de tanta libertad, uno, tan acostumbrado al cautiverio. No me miró desde su inquietud de pájaro. Me quedé entonces con su mundo alado para olvidarme de la inelegancia del entorno. Del ajetreo de las realidades que chocan, entre sí, apresuradas. Hirientes, como sólo ellas son capaces. Subí el vidrio de mi ventana sin despedirme. Me dediqué a seguir el camino que dibujan las venas en el dorso de mis manos. Unas al norte, otras al sur, todas rezagadas al paso de la sangre. Lento. Acontecido.

1 comentario:

Jose Urriola dijo...

Hace pocos días salía de casa distraído y de pronto me quedé petrificado. Había un pájaro muerto cerca de la puerta del carro. Me acerqué a detallarlo y me di cuenta de que era un pichón de gavilán. Idéntico a un halcón pero en miniatura y aún con plumón. Tenía el cuello partido, como si se hubiera estrellado contra algo o como si en la caída se hubiera roto el pescuezo. Es de las imágenes más tristes y perturbadoras que he visto en la vida. Y venía acompañada de extraña sensación, el vértigo de intuir que ese pájaro muerto no es simplemente un pájaro muerto, es la metáfora de otra cosa que dilucidaré más adelante.

Un beso y un abrazo,

Jose.